Sí, así, en mayúscula.
Hace tanto que quiero sentarme a escribir
acerca de esto. Pero entenderán que si quiero desglosar el término MATERNAR es
porque hay por ahí un Juanito esperándome para lactar, jugar, dormir… en fin,
difícil encontrar el momento.
Cuando
nace un hijo, nace una madre – según una publicidad.
Creo que nunca había oído una verdad publicitaria antes.
En el momento del parto (adopte la
forma que adopte) nace un niño y renace una mujer.
No hay vuelta atrás. No es un estadio, no es
una fase, no es un momento y nada más.
No es el puerperio (aunque podríamos
escribir un capítulo entero sobre eso) ni la primera infancia, no es la época
escolar ni la adolescencia. Sencillamente es LA bisagra de nuestra vida. De ser
lo que éramos (que quizá elpadredelacriatura añore) a ser… bueno, otra cosa.
Explicito: Pensamos distinto. Miramos distinto. Oímos
distinto. Comemos distinto. Besamos distinto. Reímos distinto. Cantamos
distinto. Bailamos distinto. Tocamos distinto. Sentimos distinto. Caminamos
distinto. Dormimos distinto. Soñamos distinto. Deseamos distinto. De la mujer que fuimos quedan trazos, algún
que otro gesto, pero poco más.
Nuestro cuerpo se transformo en
cuenco, en cuna, gestamos un niño o una niña, creció dentro nuestro, fue
semilla y fruto todo bajo la piel, y su llegada OFICIAL al mundo, no hizo sino
amplificar esta cascada de transformaciones maravillosas que ya veníamos
transitando desde hacia nueve lunas.
Somos una nueva versión de nosotras mismas
desde ahora y para siempre. Madres de nuestro pequeño y de todos los demás.
Tierra fértil para el arte y los sueños. Nos volvemos hembras, en todo el
esplendor de la palabra, defensoras de la manada, mamíferas que ALIMENTAN con su cuerpo a ese cachorro que duerme junto a
nosotras...
Juanito y yo, día 1
Juanito y yo, día 1