lunes, 23 de marzo de 2015

Más Sbarra Más Sbarra Más Sbarra


¿Qué buscabas en mí y no lo encontraste?
Quiero que una nube tóxica te envuelva y desaparezcas.
Que te vayas y que todos te hagan daño. 
Que por toda la vida te hagan daño todos los hombres que toques. 
Te amo, Plástico Cruel, de la única manera que sé amar,
Desastrosamente. 

...

–No te vayas.
–Esta historia terminó.
–¿Hay otro tipo?
–Hay miles de tipos.
–Todos de plástico.
–Serán más apropiados para mí, según vos.
–¿Por qué no les mentís a ellos en lugar de mentirme a mí? 
Deciles que los querés, pero engañalos conmigo. 
Quereme sólo a mí, acostate con todos, 
pero quereme a mí.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Plástico Cruel


Que la mujer que ames esté en su habitación con otro hombre. Que la ames. Y que ella esté haciendo el amor con otro hombre mientras vos estás en la habitación de al lado.

Que llenes el espacio de música para tapar voces y sonidos que luego no podrías nunca olvidar.

Que alguien golpee a tu puerta. Que al abrir la veas a ella envuelta en una toalla. Que te sonría. Que te diga si podés ir a comprar cigarrillos, para ella y para su amante. Que la mujer que ames haya ido hasta tu cuarto a pedirte que, ya que estás vestido, compres cigarrillos para ellos.

Y que vayas, que la quieras tanto.

Que llueva. Que corras por la calle hasta el quiosco a comprarles cigarrillos. Y que llueva mucho.

Que regreses empapado con los cigarrillos. Que la llames. Que golpees a la puerta de su habitación. Que tengas que repetir su nombre. Que escuches los sonidos de algo imprevistamente recomenzado. Que escuches jadeos de placer. Que vuelvas a tu cuarto. Que pasen los minutos como siglos. Que ella, la mujer que ames envuelta en su toalla, llame nuevamente a tu puerta. Que abras y te encuentres otra vez con su sonrisa. Que tengas que sonreír. Que debas imponerle otra sonrisa a tu confusión. Que le des los cigarrillos y que ella te agradezca por haber ido con esa lluvia. Que te pregunte cómo estás. Y que le respondas que estás bien. Y que no sea cierto.

Que la ames tanto. Que te suceda algo así... para que me entiendas.

martes, 3 de febrero de 2015

Darse cuenta


Te vi pegar la cinta en el afiche sin entender que te proponías.
En seguida lo supe.
Nada.
Entonces cuando quisiste despegar la cinta y arrancaste pedacitos de afiche dijiste:
Por confiar en él, me pasa.
Y casi suspirando agregaste,
¿Ves? 
Todos me traicionan.

Algo parecido a esto ocurrió en el local de la agrupación donde militabas, y yo pensé:
Que lástima que no se dé cuenta. 
Es tan buen escritor. 


sábado, 31 de enero de 2015

El lobo y la osita


El lobo. Los ojos de Julio no tienen color. Si uno los mira detenidamente, se da cuenta que no son ojos, sino orificios por los que el mundo entra. Como el vientre de una madre alberga un niño, el cuerpo de Julio sirve, perfecto,  a la defensa del mundo. Y pienso que realmente Julio, en su versión de cofre, es como una madre. No hospeda así sin más a los habitantes del mundo, no le cede el espacio de sus vísceras para ser sencillamente una cuna. Es realmente como una madre que cría al mundo: lo amamanta y lo somete, lo ilustra como él quiere, decide sus vergüenzas y sus dones.
Pero las cosas no están puestas allí en orden casual. – Escucho que me dice con su acento afrancesado que arrastra las erres, sin dejarlas caer del todo. 
Es la ambigüedad física de sus ojos, quiero decir, de los orificios hondos y azabaches que hacen las  veces de ojos. Están tan lejos uno del otro que acaban teniendo 360º de espectro visual, mientras los demás que tenemos sólo dos ojos podemos ver, como mucho, un perfilcito de las cosas. Y así es muy fácil ver el mundo que él ve…  






viernes, 23 de enero de 2015

Con solo uno de los dos

El aún no alcanza a subir a la montaña rusa; ella sí y lo sabe, pero dice que no con la cabeza, para poder seguir así, columpiando los brazos a la par.  El quiere eludir su infancia, vivirla toda en un salto, en una pirueta de rayuela, arrojar la piedra y que caiga de un solo tiro en el cielo, en el flequillo perfectamente recto de ella. En el tren que no existe, él le grita bajate acá! y ella obedece insensata. Sueltos de tren pero de la mano, ruedan en el pasto llenándose de llagas la piel. Van tan felices que nadie creería lo que duelen esas lastimaduras de juego. Parece que rodaran en cámara lenta. Cualquiera que los viera entendería que ahí estaba el amor. Mi papá diría que si Dios existe, seguro habita entre ellos dos. Entonces ella menea la frente diciéndole no a la montaña rusa y él tira de la mano de ella para saltar del tren acá. Intenta disimular que recorre la palma de ella con sus dedos y es tanta la intimidad del gesto que si alguien los viese en ese instante, sentiría pudor como de verlos desnudos.  Solo de pensar esto él, ella se sonroja. Las flores en el  vestido, el moño medio caído de lado dibujan a la mujer más amada; el pelo todo revuelto, las uñas mordidas, las pantorrillas sucias de tierra y la comisura con helado de chocolate, al hombre que más amó. Y si ella supiera que él uso la plata de la alcancía que le regalo el abuelo en navidad para comprar esos helados. Y que ni siquiera le molestó cuando ella dijo que no le gustaba esa frutilla. Que le importaba a él la plata de la alcancía o el éxito de la heladería, tenía las yemas hurgueando en su palma, nada se comparaba. Nacían luciérnagas en la ciudad cuando podían estar así, los segundos previos a la llegada de las mamás. Iban descontando el tiempo con la mayor de las amarguras, desde que la señorita los hacía formar la fila en el aula hasta que llegaban a la puerta. Sentados con la espalda en la pared, el se ponía mas y mas ansioso y ya casi le hundía las uñas mordidas y ella del miedo ni se percataba. ¿Paz? La alzan del codo y el pañal asoma las flores del vestido. ¿Juan? Se seca los mocos con el puño porque él ya empezó a llorar.