Su forma es la única forma, Maestro.
Los ojos cerrados y la mirada abierta, tejiendo con palabras las redes de una cosmogonía nueva cada vez. Y es que cuando se ha dado la vuelta al trompo de Galileo, y se ha acabado por descubrir la puerta que da al precipicio infinito de la finitud, ya fuera de todo, uno debe –intuyo- darse el lujo de inventar y reinventar a gusto y piacere el primer instante.
A menos que apure el paso, por supuesto.
Pero usted no, Maestro. No tiene espíritu suicida.
Usted es el Rey de Arabia, ¿recuerda? y nosotros todos babilónicos.
El alba a diario nos muestra el laberinto.
Pero yo he madrugado, y he podido ver su truco.
Usted no desgasta los pies en busca de otra puerta, con la que tiene le alcanza; usted escapa por arriba, mientras nosotros babilónicos seguimos intentando descifrar los manuscritos. Así se nos van los tiempos, tratando de resolver el enigma por ego y por compulsión, corriendo jadeantes en círculos, hasta que uno a uno caemos, entendemos el código y se termina algún Macondo. Después cambiarán el nombre a la ciudad, y nos regalarán una temporada más de ingenuidad. Pero usted sobrevivirá como solo los náufragos saben hacerlo, y más por pasatiempo que necesidad, erigirá otras puertas, esta vez a lo que ha visto en su penumbra hueca.
Con esa mueca sardónica que sólo los de su especie traen, reirá de frente a todos, mientras planeamos al averno, de cómo empequeñecen nuestras sombras, victorioso en la vendetta. Y cuando elija hacer sonar su réquiem, apuesto que no apagará las luces, en un último acto de humildad, al abrigo de la idea de fe que en ausencia de pares podrá confesar. Será la más pura y dolorosa ansiedad quien lo gobierne, pues sabrá que si no es, ya no será. Y esperará haberse equivocado el día que lo sentenció de irónico.
Y cruzará los dedos como un niño, atormentado. Pero la suerte es maldita, y me han contado que detrás de aquella puerta, habrá fulgor para sus ojos pero no hay bibliotecas.
El artista es el único que puede salvarse en la víspera de lo innombrable, aunque tan sólo sea por el día (la ilusión sólo es, mientras no nos alcance la verdad de una antítesis).
Pero aún no ha llegado el momento de resignarse Maestro, así que no malgaste el genio en desesperar, dícteme lo que sea, sálvese usted hoy, cédame a mí sus lágrimas por lo que no podemos curar. Yo le prometo quedarme a su lado, dure lo que dure este próximo ayer, leyéndole el cuento que quiera.