sábado, 25 de febrero de 2012

3 de Marzo, otra vez


Huelo el azúcar de la sangre que brota de mis manos, mezclada con el barro de éste mi último ayer. Pienso en todas las palabras que puedo formar con las letras de tu nombre, puesto que desde hoy ya nada más diré. Siento las llagas de mis piernas abrirse para permitirle a tanto dolor doler fuera. Lo recuerdo todo. Así de rodillas como estoy, me quedo; como quien rinde reverencia ante Dios. La vista hacia las entrañas de la tierra que te engulle, pues en este momento creer en edenes y  nirvanas sabe a broma de mal gusto. Pero tal vez…
Me levanto, casi reptando sobre mi cuerpo, voy alzándome despacio hasta erguirme, aunque por dentro todo ruede al revés. Como los arboles que mueren de pie: maltrechos, envejecidos, putrefactos pero tiesos, con la dignidad inmaculada, pasando inadvertida a los tácitos su hora final, así viviré también, echando raíces a tus pies.
Casi 730 días. Sigo aquí, y siguen pasando las estaciones y las gentes. Algunos se detienen, me conversan, incluso me besan y me apedrean, aplauden mis hojas nuevas, las confunden con pasos y con olvido. Los ciegos del mundo que dicen que ven,  no se han dado cuenta aún que aquí yace un árbol y no una mujer, deshojando minutos en vez de margaritas.




jueves, 23 de febrero de 2012

J'ai tué ma mère

Enfant - Qu'est ce que tu ferais si je mourrais aujourd'hui ?
Mère - Je mourrai demain










sábado, 18 de febrero de 2012

Náufrago

¿Cual será la sensación de los náufragos cuando el mar los devuelve a tierra? ¿Por qué todos tendemos a pensar que es de dicha, de buena fortuna? Cerrando los ojos me lo pregunto, tratando de recrear en mi mente las aguas sacudiéndome por dentro y por fuera, desgarrándome de todos y de mí, burlándose abiertamente de mi insignificancia. Creo que si de pronto fuese restituida al suelo, casi arrojada, oiría a alguien diciendo Perteneces a este lodo, aunque te hayas creído extraordinario, no eres más que un vil animal revolcándose en el barro… Instintivamente miraría al cielo, a ver si acaso es Dios el que me increpa con tal monstruosa verdad (porque claro está que todo dios ha de habitar en el polvo atmosférico). Pero como las deidades o son benévolas o no nos hablan jamás -ni siquiera en las mas puras desolaciones- acabaría por concluir casi al instante que no era ese mi orador. Entonces dejaría de preguntarme pavadas como esta, de a quien pertenece la voz que me regaña, y asumiría que son delirios por exceso de sal. ¿Y cual seria mi emoción entonces? Cólera, rabiosa e infectada cólera, indignación y claustrofobia, nada más. Porque nada tiene de grandioso que después de muerto, a uno le rembolsen la vida hecho cadáver… Sigamos.

De más está decir que el náufrago maldijo hasta el hartazgo a un dios sin indulgencia, que quiso suicidarse mil y un veces pero el mar no lo dejó, que lloró, gritó, escupió y se desgarró las carnes con las manos desquiciadas con las que también trataba de estrangularse de a ratos, sin éxito. Llegó la noche, tan sola como el náufrago, y éste alzó los ojos al firmamento, pues nada mejor tenía por hacer, pero se contentó al ver una estrella titilando. Era de saber popular que cuando eso sucede, el lucero está próximo a apagarse y caer en forma de estrella fugaz, de modo que se dispuso a observarla sin cesar, perdiéndola de vista solo al parpadear. La vio hasta que finalmente cayó. Quizá pensó que con pedir un deseo al asteroide, deseo de óbito u hogar, iba instantáneamente  a retornar al mundo de los hombres o desfallecer. Pero los poderes del cometa deben de haber atendido demandas mas sensatas, puesto que nada de aquello ocurrió. Entonces sin proponérselo, se quedo viendo todas las estrellas del cielo caer, esperando el momento de poder elevar su anhelo. Minutos, días, siglos después, todo había oscurecido, y el naufrago al principio confundido pero luego satisfecho, se echo dormir con la paz que solo la resignación sabe dar.