jueves, 4 de abril de 2019

PARTE (B)


Pero estabas vos para patriarcarme. Porque él(M) también, por supuesto, se fue. Recién leyendo las cosas que escribí en mi vida catártica de autora frustrada, encontré una carta que le hice a papá en el 2002. Hace 17 años. A mis 14. El viernes 12 de Abril de 2002, papá me trajo rosas porque nos habíamos dado cuenta los dos, que se iba a morir. Y habíamos hecho la paz. El miércoles 12 de Abril de 2017 me desperté con parestesias en la mano izquierda. Vos eras zurdo, papá. Al mes, ya me estaban diagnosticando dos hernias cervicales C5-C6, C6-C7 con extrusión medular. No podría describirte el dolor de las fulguraciones neuropáticas aquellas. Lloraba a los gritos pateando la puerta del baño. Con Sebastián ocupándose de Juanito fuera. Porque, claro, como no podía ser de otra manera, yo no podía ser MADRE. No podía ser madre desde el día que vos y yo nos habíamos dado cuenta que te ibas a morir. Porque al irte vos, yo me quedaba sin madre. Ahora que reparo en las fechas pienso… cuanta mugre dormía en tu sombra. Ahora me toca empezar de cero, de nuevo todo. Los lazos que me ataban a aquella dinámica monstruosa de ser feliz en el dolor, tenían que romperse, al fin. Por eso no puedo odiarte. Porque te estoy tan agradecida. Me sacaste el grillete. Me empujaste y me dijiste “dale nena, anda, vos podes más que esto” … No puedo amarte más. En todos los sentidos de esa expresión. No voy a amarte más (no ejerceré la acción de amarte) ni voy a poder amarte más (de lo que ya te amé y amo en este momento). Pero ahora me toca amar el amor. Ya fui adoratriz ejemplar del dolor. Ahora me toca hacer de la terraza una réplica del patio aquel que sabes que tanto me gusta. Ahora me toca ir a Puán a estudiar Letras. Ahora me toca dormir.  

PARTE (A)

Desde que te fuiste, ando reflexiva. No me sale dibujar las letras. Ni escribo marginalias. No leo. Pero pienso, más sin intención que otra cosa. Pero no pienso en vos. Pienso en mí. Pienso en mi papá. En su muerte tan temprana para mí, y tan tardía para él. Pienso en el antes de papámuerto. Pienso en los gritos. No los escucho. Perdí el don con los años. Ensordecí. Pero el recuerdo de los gritos no se va. Estuvo doce años dormido en tu sombra. Ahora que me das la espalda, todo lo que escondiste de mí, se vuelve tierra de lombrices en mis manos. Pienso en mamá. En su desprotección colectiva. Pienso en la noche que él le levantó la mano, de pie, sobre la mesa de aquella casa maléfica que alquilaron en la costa. Pienso en el llanto de ella, y la cara de vergüenza y terror. Quiero creer que fue, al menos, por nosotras. Sino era por ella, al menos que fuera por nosotras. A los 9 años, cuando tu número mágico ERA el 9, todo el horror se desplegaba sobre la mesa. Y encerradas las tres, yo le juraba que algún día iba a crecer lo suficiente como para ganar la plata que la pudiera sacar de ahí. Y ella lloraba temblorosa. Haciendo mueca de llanto reprimido pero rebalsada de lágrimas. Pienso en cuántas más habría dentro, para que las de afuera no fueran suficientes. Pero la recuerdo fría. Tampoco para odiarla por su frialdad. Intenté entenderlos. Me enviaron largas horas al diván para que los entendiera. Para que los excusara. Y lo hice hasta que te fuiste. Pero con el golpe de la puerta, el péndulo se corrió. O mis ojos parpadearon y el hechizo se acabó. Los vi a todxs. Desprotegiéndome. Y entonces, la vi a ella(m). Tratando de respetar tu idioma musical. Solo para entendidos. Ella(m) también. Que fiaca! Ella(m) también me desprotegió. Y ya no había quien me adoctrinara a excusar. Empecé a odiarlos. A todxs. Opte por la literal inanición para desaparecer de aquel lugar. Casi casi lo logró. El día que él murió también lo intenté. Lo pensé. Pensé encima de todo, se muere él.  Y me deja con ellas.