domingo, 5 de junio de 2011

Cuentos que me contó Elvira

Cuando murió la mujer del Cacique, él se negó a seguir con los protocolados rituales de entierros y duelos que existían en aquella su tribu; y lo que es peor, guardó el cuerpo en su choza. Corrían los días, y el cacique actuaba impávido. 
Pero guardar muertos en la casa siempre acaba por contaminar. 
Una noche cualquiera, el cacique tomó el cuerpo de su difunta en brazos y ante las pupilas turbadas de los pocos indios presentes, subió al monte más alto de la comarca. 
La luz parecía más trémula que su sentencia.  Sacó un puñal y sin más tregua que la distancia que faltaba al pecho deshabitado, le arrancó el corazón al cuerpo de la mujer. 
La sangre renegrida entre los pulpejos, goteaba sobre los pies callosos, la mirada escaldada y vacía, no veía más allá del despojo; bajo este gobierno demencial del sin razón, el único saludable hasta aquel minuto, arrojó víscera y amor, y cayendo de boca al suelo, gritó. 
Gritó hasta que las entrañas todas, las suyas y las de ella (sí, las de ella), hirvieron de dolor. Así, y sólo así, enlodado con su extremaunción de tierra y sal, bajó del monte y pudo vivir.