El aún no alcanza a subir a la
montaña rusa; ella sí y lo sabe, pero dice que no con la cabeza, para poder
seguir así, columpiando los brazos a la par. El quiere eludir su infancia, vivirla toda en
un salto, en una pirueta de rayuela, arrojar la piedra y que caiga de un solo tiro
en el cielo, en el flequillo perfectamente recto de ella. En el tren que no
existe, él le grita bajate acá! y ella
obedece insensata. Sueltos de tren pero de la mano, ruedan en el pasto llenándose
de llagas la piel. Van tan felices que
nadie creería lo que duelen esas lastimaduras de juego. Parece que rodaran
en cámara lenta. Cualquiera que los viera entendería que ahí estaba el amor. Mi
papá diría que si Dios existe, seguro habita entre ellos dos. Entonces ella
menea la frente diciéndole no a la
montaña rusa y él tira de la mano de ella para saltar del tren acá. Intenta disimular que recorre la
palma de ella con sus dedos y es tanta la intimidad del gesto que si alguien
los viese en ese instante, sentiría pudor como de verlos desnudos. Solo de pensar esto él, ella se sonroja. Las flores
en el vestido, el moño medio caído de
lado dibujan a la mujer más amada; el pelo todo revuelto, las uñas mordidas, las
pantorrillas sucias de tierra y la comisura con helado de chocolate, al hombre que
más amó. Y si ella supiera que él uso la plata de la alcancía que le regalo el
abuelo en navidad para comprar esos helados. Y que ni siquiera le molestó
cuando ella dijo que no le gustaba esa frutilla. Que le importaba a él la plata
de la alcancía o el éxito de la heladería, tenía las yemas hurgueando en su
palma, nada se comparaba. Nacían luciérnagas en la ciudad cuando podían estar así,
los segundos previos a la llegada de las mamás. Iban descontando el tiempo con
la mayor de las amarguras, desde que la señorita los hacía formar la fila en el
aula hasta que llegaban a la puerta. Sentados con la espalda en la pared, el se
ponía mas y mas ansioso y ya casi le hundía las uñas mordidas y ella del miedo
ni se percataba. ¿Paz? La alzan del codo y el pañal asoma las flores del
vestido. ¿Juan? Se seca los mocos con el puño porque él ya empezó a llorar.