sábado, 31 de enero de 2015

El lobo y la osita


El lobo. Los ojos de Julio no tienen color. Si uno los mira detenidamente, se da cuenta que no son ojos, sino orificios por los que el mundo entra. Como el vientre de una madre alberga un niño, el cuerpo de Julio sirve, perfecto,  a la defensa del mundo. Y pienso que realmente Julio, en su versión de cofre, es como una madre. No hospeda así sin más a los habitantes del mundo, no le cede el espacio de sus vísceras para ser sencillamente una cuna. Es realmente como una madre que cría al mundo: lo amamanta y lo somete, lo ilustra como él quiere, decide sus vergüenzas y sus dones.
Pero las cosas no están puestas allí en orden casual. – Escucho que me dice con su acento afrancesado que arrastra las erres, sin dejarlas caer del todo. 
Es la ambigüedad física de sus ojos, quiero decir, de los orificios hondos y azabaches que hacen las  veces de ojos. Están tan lejos uno del otro que acaban teniendo 360º de espectro visual, mientras los demás que tenemos sólo dos ojos podemos ver, como mucho, un perfilcito de las cosas. Y así es muy fácil ver el mundo que él ve…