Me desperté alrededor de las 9:30.
Cuando comienza el año, me ducho por la mañana antes de desayunar y salir a la calle.
Costumbre que pierdo cuando llega Abril.
Pero para entonces, 3 de marzo, mi hábito seguía intacto, y no había nada de distinto aquel día. Excepto porque, una vez fuera, era yo la única persona que no lucía máscara veneciana. Extraño. No estábamos en carnaval...
Entonces me di cuenta: estaba soñando.
Recordé un documental que hablaba de la vida y la muerte como dos mundos oníricos idénticos, con la ¿mínima? diferencia de que del segundo no podemos despertar.
Busqué alguna luz que prender.
¡No hay en la calle luces que uno pueda prender!
¡Vaya técnica para saber si seguimos vivos!