Para tu goce y oxígeno mental, por fortuna están mis treguas.
Si pusiera el marco de la ventana en los bordes de tu tierra, como todas hacen, acabarías por vaciarte y seguramente yo por exiliarme. Tan desolado el mundo entre tus repercusiones, si todos no son más que uno, y ese uno el eco de tus voces. Por eso cierro los ojos para que descanses, y puedas andar en paz, sin más inquisiciones condescendientes a tu paso, sin más urgencia que tu sosiego. Y no espero nada, ni rezo por que el segundero apure el paso en vez de deslizarse así, con su parsimonia de otoño, porque todo es tanto más perfecto cuando nace exclusivamente de tu capricho. Y este no adorarte es la ecuación suprema de tu vaivén. Y es que con el tiempo comprendí que tu libertad no era de hiel, y que las heridas no sangraban más que de las suturas heredadas. Queriéndote ahora como te quiero, tan íntimamente y tan en sendas paralelas, sembramos en el mismo suelo, raíces y alas por doquier. Cada mañana, la luz nace de este lado del vidrio. Ya no te pido el aire que besa tu piel, sólo que de vez en vez, respires tan pero tan cerca de mí que parezca que lo hacés con mis labios. Hasta que llegue el momento de darnos una nueva tregua.