A días nomás (dieciocho) de que el mundo complete el círculo y vuelva al primer casillero de mi dolor, necesito nombrarte con desolada anticipación. Ayer un hombre cualquiera cantaba el alazán, y al llegar a la última nota reflexionaba Yupanqui no escribió te estoy recordando sino te estoy nombrando, y así lo hacía ser una vez más. Y ahora mi mente es el sinfín de imágenes que vemos por la ventanilla del tren; y mi atención, los ojos, con su movimiento involuntario en sacudida o nistagmo, llevados por la velocidad con la que se suceden praderas casas gentes con límites tan imprecisos. Si no te nombro aquí y ahora, ya no serás. Los graves de tu voz me empiezan a parecer zumbidos. Es la cotidianeidad vuelta pánico. La epidemia del olvido de Macondo. La evasión de la memoria. La teoría lacaniana. Pena sobre pena y pena, hacen que uno pegue el grito. Los ademanes de tus manos se tornan más y más borrosos. A derecha e izquierda agito la cabeza buscando tu histrionismo. Comienza el vértigo de las mancuspias aullando dentro. Y un amigo escritor publica La mirada furibunda lograba atravesar inquisiciones ajenas, fracturaba dedos punzantes Pero nadie me está viendo, y temo que los únicos dedos punzantes que se están fracturando sean los míos mientras intento traerte, nombrarte, cantarte mi alazán, qué estrella estabas mirando, traerte, traerte, traerte… Caigo.
Instrucciones para salvarnos del olvido
Alguna mañana iré al bar donde solían conocerte a pedir el cortado del que reclamabas al instante por estar quemado, y asentiré con un gesto a cada mozo que te encuentre en mi rostro / Voy a sentarme en el portal de tu casa primera, a esperar que caiga una gata peluda sobre los paseantes distraídos, y reiré con picardía en tu risa / Saldré a la ruta sin más razón que la de echar a andar tus pasos, y escucharé a Maureen Mcgover; esta vez prometo dejar que la halagues y la dibujes para mí con el mar embravecido de fondo, y que me cuentes como el barco y los pasajeros, y de aquella vez que vos casi / Sin que me vea nadie, me adentraré en un suburbio del centro y ordenaré dos gintonics para brindar porque (al fin) llegamos a la encrucijada, y tenemos mi juventud y tu senitud para confesarnos e inventar anécdotas y que me digas que eso a vos ya te pasó / Cuando lleguen los brazos de cuna, iremos dos a quererte a aquel parque lleno de piedritas y palomas, y diré los versos de Lorca que recitabas atormentado / Te escribiré cartas, miles de cartas, y las leeré en voz alta, en medio del salón, sin apurar los finales para que no te enojes / Y algún domingo te prometo será nuestro el tiempo otra vez, y después de quejarme del cortado quemado, veremos juntos el partido, tan pero tan cerquita de los jugadores, que les haremos cosquillas en los pies / Y quizá siendo obediente, siguiendo este manual de instrucciones, logre salvarnos del olvido, por más vueltas en espiral que dé el mundo / Y entonces nunca desbarrancó mi alazán, aquí lo tengo.