jueves, 24 de febrero de 2011

Media canción

Entonces la vio. Tantas veces la había tenido a su lado, y sin embargo era la vez primera que la encontraba en su esencia toda, anegada en el llanto, desbocada en la risa, genuina en la súplica que gemía muda en la frágil cuerda de su desequilibrio. No gustaba de las flores, o al menos no en voz alta, pero escribía sin paz desde su exilio. La patria de su despojo no era más que la raíz latina misma. Él pensó que media canción quizá fuese suficiente. Pero nadie sacia la sed bebiéndose el mar // Ella lo tomó del brazo, no tan por sorpresa, para no llegar nunca a la segunda puerta. Antes del grito anteúltimo, casi junto al portal, se oyeron oda y réquiem a la par, inconclusos. Media canción nomás // Luego ella se abrazaría al débil instinto de supervivencia que aún pulsaba, y cual Yerezada escribiría noche a noche un rapto nuevo para llamarlo. El la leería, desconociendo el final y sería siempre vacilación, desasosiego. Setecientos treinta días es otra canción pero cualquier final es mejor que ninguno, y pocas cosas en la vida valían tanto la pena. 
Todo albergue es transitorio... Menos aquél.