martes, 9 de agosto de 2011

Al fin, el fin de los anagramas

Hasta hace unos minutos, desconocía mi melancólica tendencia a dibujar anagramas con mi nombre en todo. Ahora me doy cuenta que cada una de las veces que vi tu rostro abrirse paso entre las nubes, era tan sólo la forma de mis sueños. Ayer nomas cuando pusiste tus manos sobre las mías, inventé tus brazos y caí rendida en un balanceo de cuna que no fue sino el péndulo de mi propia soledad. 
Con los ojos cerrados es tanto más fácil mentir, y mentir es casi siempre más fácil que empaparse de vos. Pero hoy voy a verte, a verte de verdad, y a no proyectar tu piel ni tu gesto ni tu voz. A no pensar que tus terceras personas me pertenecen. De modo que cuando te lo pregunte y permanezcas callado, voy a oír nota a nota tu silencio, sin dibujarle anagramas. Y cuando calle yo, vas a bajar la mirada; prometo no retener el otoño de tus ojos ni un instante de más entre mis párpados, y a enceguecer ante la sombra que quedará en el espejo. Luego bajaré la frente yo, y me sujetarás por vergüenza más que por piedad, y yo aprehenderé tu desdén. Así finalmente cuando me despida, y ya no estés, entenderé las distancias infranqueables con que intentamos conocernos.