lunes, 1 de agosto de 2011

Un Bestiario Más

Cuando somos brutalmente traumatizados, la línea de tiempo, desde entonces y hasta siempre, se divide en dos: un primer momento efímero (en comparación con lo que durará la subsistencia) y un segundo momento incesante que acaba por naturalizar el mismísimo horror, hasta rebautizarlo nimio. A los médicos les gusta llamar a la fase inicial, parálisis flácida, para ahorrarnos la representación mental de lo que en realidad ocurre. 
Es como si súbitamente perdiéramos ese pilar soberbio que nos mantiene erguidos, y el cuerpo se nos deshiciera en un babeo deplorable, donde la maravillosa dignidad que hasta un segundo nos hacía ser hombres, es esparcida por el suelo  llevándose consigo cada una de nuestras vertebras. Por suerte, pensaran los terceros, este periodo abarca cuanto mucho unas semanas. ¿Quién sabe como sostener la mirada a semejante circo de fenómenos, sin perder el juicio y arremeter feroz sobre estos despojos humanos que lastimosamente pulsan aún? Saber sabemos todos, pero nadie quiere, porque la vulnerabilidad de los otros es el espejo más fastidioso de todos. Porque a diferencia de la muerte, que nos atemoriza de un modo retrospectivo, por la nostalgia de lo que quedó atrás, la parálisis flácida nos atemoriza a futuro, y a futuro no existe nostalgia, sólo tristeza por lo que podríamos llegar a ser. 
El segundo momento es visualmente más honroso, corresponde a lo que la ciencia ha denominado parálisis espástica, y es aquel en el cual el cuerpo se entumece, como si lentamente los treinta y siete grados centígrados que nos abrigan, cayeran uno a uno hasta helarnos por completo. Los músculos se tornan piedra, y los reflejos no son más que recuerdos. Apenas los parpados movemos. Es el insight del pánico, cuando hacemos conciente la monstruosa verdad que nos ha atropellado; es la asunción del nunca jamás, sin peter pan que nos rescate. Y así pasan los días, que dejan de expresarse en horas para contarse en alícuotas de espasmos, gradualmente imperceptibles, pero que están.  
Sucede que músculos hay muchos, y cursilerías más o menos, del lado izquierdo del tórax también se detiene algo cuando somos salvajemente lisiados. 

Las parálisis post-traumáticas acaban por parecer un capítulo inédito de la cotidianeidad vuelta espanto que es la vida, un bestiario más.