Hay días donde quisiera poder pasar inadvertido, donde amanezco desmembrado entre las sábanas y cada fragmento se rehúsa con mayor ahínco a salir; días tan callados, que alcanzo a oír el murmullo de la lluvia primera que pasó en abril. Suelen ser días demasiado grises, demasiado húmedos, demasiado todo, y yo jamás logro vestirme de incógnito, quizá porque temprano peco de perezoso, y renuncio a la tarea de reunir mis piezas de modo que siempre salgo con algo de menos, a veces sin un brazo, otras tantas sin manos, e incluso he llegado a salir ¡ciego y sordo! Y en vez de notar los tácitos mi fatigada mutilación, sólo perciben los rastros escarlata que dejo en derredor. Como cuando la gente forma un círculo en torno a una hoguera: en lugar de ver el fuego, todos quedan obnubilados por las brasas que casi siempre (pero finalmente nunca) nos salpican.