sábado, 20 de agosto de 2011

A Mariano (HS)

En la última madrugada, en el más fresco haceunrato, acudiste a mi sueño y volví a cometer el error de confiarte. Tu vicio de ajar mi cariño, y mi capricho de quererte, volvieron a vencer.
En el carnaval de haceunrato, vestidos de blanco y negro, mi necesidad de traerte se dio el gusto de atacar, siempre igual de imprudente. Y llegaste. Palabras demás. 
Tu mano derecha sobre mi hombro izquierdo bastó para enfermarme. ¡Ay, de cuánto daño es capaz tan sólo una mano cuando de ella se espera la mismísima primavera y en cambio brotan indómitas agujas! Porfiria de Gunter, extraña afección en la cual las víctimas no pueden exponerse a la luz del sol sino las llagas comienzan a abrirse paso desde el rostro hasta los pies, y acaban por mutilarlas. Los ojos se tornan rojo ámbar para luego, lentamente, extinguirse. De esta enjaneación me enfermaste. Que paradoja, verdad? Enajenar en términos económicos es la disolución del patrimonio. 

Me gobernó el pánico. Así, en medio de mi delirio, eché a correr, tropezé y me arrastré con tal desesperación en busca de sombra, que las pulsaciones de mi pecho y de mis venas crecieron hasta hacer galopar la piel de mis párpados. 
Pero habías dejado todo bien dispuesto: no había penumbra alguna en aquel lugar. 

Comprendí, por vez primera, el morbo que siempre impulsó tu simulacro.
Y el cinismo no fue más el descaro de mentir ni la defensa de actitudes reprochables, sino...
tu maldita hermandad, 
y tu sangre que es la mitad de mi sangre, 
y las letras que nos nombran a los dos por igual,
y el molde común de tus ojos y mis labios,
y el odio que te debo,
y mis ganas de llorar.

Temblorosa y febril como estaba, no tuve más opción que esconderme en tu sombra.