viernes, 5 de agosto de 2011

Soy

Silba el viento dentro de mí. Estoy desnudo. Dueño de nada, dueño de nadie, ni siquiera dueño de mis certezas, soy mi cara en el viento, a contraviento, y soy el viento que me golpea la cara. (La ventolera, E.G)

Soy los labios que mudos te reclaman a diario, y los tantos primeros besos que por ellos han rodado; soy las manos que escondo cuando necesito otros brazos, y el abrazo último que te di atrasado; soy las miles de cartas que sueño despierta y las palabras que escribo en cualquier servilleta; soy todos los bares donde me oculto y la librería recóndita donde otras letras me confiesan;  soy el polvo que tus huesos me dejaron y el viento donde ellos bailan acompasando mis pasos; soy la música que amanece a mi lado y a veces la musa que duerme en su prado; soy las hojas de los libros que conmigo se han desvelado y las tantas utopías que por ellos han brotado; soy las manos que muerdo cuando no alcanzo a morder tus manos, y la locura que luego evocan mis dedos enllagados; soy los imprecisos ojos que cargan mi indecisión y las infinitas dudas que jamás rezuman; soy los asuntos pendientes que dan luz a mis insomnios, y los sueños incumplidos que exorcizo en mis tinieblas... al fin de cuentas no soy más que la magia de aquella hoja de otoño perdida, con forma de estrella, que olvidó emigrar, y al  cabo de un rato de verla, desplegó alas, se vistió de plumas, voló hasta mi hombro y allí durmió, ante la mirada cómplice de mi soledad.