martes, 11 de enero de 2011

Fetiche de numerólogo

Crónica de un hombre, una mujer y un tal Pablo

Seis treinta am. Gruñidos como siempre, quehaceres matutinos y esfuerzos mínimos sobre los que no nos explayaremos, esquina escalones viaje escalones esquina veinte metros menos o más escuela. Creo que no se desconcertó lo suficiente ante aquella aseveración falaz, sólo porque parte de sí aún jugaba con morfeo. Pero sí recuerdo que alzó mezquinamente las cejas, casi sobrando a la religiosa, fiel a su costumbre de no dar crédito alguno a la raza humana, por más santo que tuviera enfrente. Sabiendo sacar partido de la mediocridad ajena, pensó: Mejor así, vuelvo a mis letras (a quién engaño, vuelvo a la cama un rato más) total el error es suyo, nadie me puede culpar.
La dicha de ser impune era uno de sus mayores vicios. 

Y así jugó un tiempo más. Y soñó que era Pablo y que amanecía en la Isla Negra y que le encargaban escribir la biografía de Allende y que él accedía con gusto, y entonces era Pablo pero no era Comunista y entonces demasiada confusión, demasiado intrincado el mecanismo de sublimación, abrió los ojos. Reflejos autónomicos varios, y su cuerpo era agua fría, tan fría como correspondía al evento de aquel día. Ahora sí, caía en la cuenta de lo ocurrido previamente con la religiosa, y ahora sí sus somatizaciones cobraban sentido y coherencia.  ¿¡Cómo que ya había llego el Profesor!?

Seis treinta pm. Bostezos como siempre, quehaceres vespertinos y esfuerzos mínimos sobre los que no nos explayaremos, esquina escalones viaje más largo esta vez escalones esquina veinte metros menos o más facultad. Ahora sí se desconcertó cómo debía, cuándo asomado apenas por el marco de la puerta vio en su lugar a aquel hombre.
Aquel hombre que reía rodeado de mujeres niñas con una risa tan familiar.
Y para colmo ese disfraz! Tan creible, por un instante cruzó su mente la idea de que quizá si lo fuera… pero no. No podía ser. Y punto.
Claramente seguía en tierras oníricas y era Pablo pero cruzando la frontera, del lado de acá, caminando sus mismos pasos, y pensó que su inconsciente era aún mejor de lo que intuía. Y se regodeó en su ego, en aquel marco de aquella puerta, quién sabé cuántos minutos. Hasta que exahusto del autoplacer, marchó.

Nueve treinta pm. Esta vez caminando a la casa familiar, cena en el país de las maravillas tal su rutina semanal. Otra vez mismo plano secuencia! Papá del otro lado del portero, afirmando su llegada precoz. Y ahí recordó aquel cuento, de aquel hombre y su mitosis, y enseguida Kafka y La metamorfosis, y entonces…
Suena el teléfono, el mismo que no había sonado en todo el día en su bolsillo, y era ella, Matilde en la Isla Negra reclamando su presencia y quejándose del atraso.

Y comprendió que a aquel cuento le faltaba la confesión final.
Y era verdad que en cada quién convivían tantos a la vez y quizá en una distracción podían desprenderse algunos cuantos. Pero siempre pensó que los alter egos eran ficciones.
Justo él, que en nada creía menos que en las reencarnaciones!