Los imposibles y maravillosos anterógrados cuando se enamoran (siempre a primera vista, dada su amnesia) se ponen a bailar tap. Cuentan las malas lenguas que Fred Astaire padecía de un trastorno llamado antiguamente satirismo, por lo que cada vez que entraba a un set de grabación, perdía la cabeza por cualquier camarógrafa o guionista que anduviera suelta, y echaba a zapatear. Hoy los bailarines del género se están extinguiendo, y aunque a veces se ve a alguna que otra nena taconeando, enseguida papá y mamá la inscriben en clases de flamenco. La seducción dura un minuto: el hombre baila unos treinta segundos, y luego si la mujer danza otros treinta, los anterógrados pasan el resto de la jornada amándose hasta que caen verticales, exhaustos en el sueño donde olvidarán la fortuna diurna. Lo que la ciencia no puede explicar, es cómo algunos anterógrados, al día siguiente, recuerdan ese único ayer. Quizá no sólo en un caballito de mar (o hipocampo para los escépticos) viva aquello que adoramos.
Fred Astaire, 1899-1987.