martes, 25 de enero de 2011

Charles Smith y el peligro de ser un anterógrado


Los imposibles y maravillosos anterógrados no duermen como nosotros, sino como los caballos. Sin memoria, el peso que soportan los pies es el mismo estando parados que acostados, y como todo lo instintivo tiene paradójicamente una razón de ser, no habría motivos para que se echen en ningún lugar, así pues duermen verticales, al revés de los demás. Con una pierna levemente flexionada, claro está.
Para poder reconocerlos mejor, y no confundirlos con cualquier homo sapiens esquizoide que bruscamente se detiene y deviene en mudo y estático, tenemos lo que en neurología llaman Signo de Bell: al intentar cerrar el ojo, éste permanece parcialmente abierto y el globo ocular se proyecta hacia arriba dejando ver sólo la esclerótica blanca.
Los anterógrados, sin restos diurnos, sueñan melodías inéditas cada vez. Pero como las olvidan al despertar, no podemos conocerlas más que por algún que otro tarareo que les oigamos al pasar. Esto puede ser extremadamente peligroso, tomemos por ejemplo el caso de Charles Smith, contrabajista anterógrado de la gloriosa Big Band de Gershwin, que en un descuido soñó en voz alta The man I love, primer gran éxito del director.


George Gershwin, 1898-1937.