El viejo, por nada, se encolerizaba, y andaba asustando niños por ahí.
Se sentaba en los portones de los monoblocks venidos a menos y perdía su mirada en la plaza central, donde sólo quedaban restos de lo que en algún tiempo pudieron ser juegos de parque, ahora rotos y con más óxido que pintura descascarada.
Como dije, muchos niños le temían, sin embargo había momentos en que no:
cuando lo encontraban hablando solo. Departía, quién sabe con quién, de historia, de sucesos políticos, sociales o deportivos de los que nadie tenía registro; pero nunca lo oyeron hablar de su familia. Muchos dicen que la tuvo y la perdió.
Esto fácilmente debía adjudicarse a sus malos modos, a su adicción por la bebida, o al menos eso creían los jóvenes, pero los vecinos más antiguos lo negaban.
Decían que sus vicios y su carácter feroz habían venido despuesde.
Pero en los momentos en que desplegaba el anecdotario, los niños se sentaban a sus pies y lo escuchaban con atención.
El barrio guardaba aún respeto por los viejos y por los locos.
Aunque, en el fuero interno, lo que generaba el viejo era una extraña mezcla de admiración y burla, de lo cual él si quiera se percataba.
Nadie sabía su nombre.
Era triste verlo, de vez en vez, silbando majestuosamente algún tango, y descubrir que de sus ojos verde mar ya embolsados, caían tímidamente lágrimas inadvertidas.
Y él alzaba la vista al cielo, y entonces los ojos se le ennegrecían.
Pobre viejo. Pobre viejo, tan solo...
Los domingos por la tarde no se sabía adónde escapaba, ni dónde se escondía.
Sólo las palomas guardaban el secreto.Y él, reclinado sobre las tres lápidas, se aferraba con fuerza a la tierra, hundiendo los dedos en el barro que traía su propio Rocío, y gemía de dolor con su vozarrón grave y corpóreo.
Dicen que envejeció de golpe: el pelo se le tiñó de gris, lo mismo que sus bigotes.
El cuerpo se le cansó y ya no anduvo derecho sino encorvado.
Nadie sabía con exactitud su edad. Quizá habrían pasado veinte años o algunos meses.
Una mañana de otoño, lo encontraron muerto al fin en la puerta de la que fuera su casa en la infancia. En la pared había un grafito escrito con letra de niño travieso... Félix decía.
¿O fue al revés?