No ha amanecido
por cien madrugadas,
ya casi no escribo,
ya casi no hay nada.
Deambulo en desvelo,
desnuda, cansada...
Como aturde este silencio que has dejado en mi cabeza,
como en cambio, tus promesas ya no las logro escuchar.
Como inunda este vacío cada rincón de la pieza,
donde ya no quedan restos ni de nuestra soledad.
Cómo son las tempestades, tan humanas y terrestres,
que en este cuarto ha llovido desde que ya no estás.
Y cuando vuelvo a los espejos, es sólo para no verte,
pero siempre tu reflejo llega a tiempo de estallarlos.
Y así, húmeda la piel del barro, herida el alma de vos,
Ya no hay sueño para tres, mucho menos para dos.
Para qué chocar las copas si la tuya trae veneno,
mejor beberse la sangre, mejor prenderse del suelo,
huirte en vez de esperarte, caer de cara en la tierra,
desgarrar del alma a la piel, todo lo que un día tocaste,
y finalmente parir las mil y un ficciones que armaste.
No hay lugar para jazmines, hartos de disculparse en silencio y en tu nombre.